Por Luis Miguel Cardona Aguirre
Carlos
Mario Trujillo ubica bien los retrovisores, se abrocha el cinturón, enciende el
taxi y así está listo para empezar un nuevo día. Es un Citius Renault 2008, su
placa es TSI 885 de Medellín, su interior en perfecto estado sobresale un olor
fresco y agradable que se siente al instalarse dentro del vehículo, varias
calcomanías de su equipo del alma, el Junior de Barranquilla. Además, siempre
ambientado con las melodías del gran Joe Arroyo (su cantante favorito).
“La nueva
amenaza” como la llama él, se la compró a un amigo que iba a dejar de ejercer
el oficio de taxista para dedicarse a otras cosas hace unos dos años. En ese
entonces pagó por el taxi $40 millones el cual alcanzó a pagar gracias a unos
ahorritos y la venta de su antigua amenaza, un “chevetico” que ya estaba un
poco “destartaladito” y era hora de cambiar, comenta Carlos.
En el año
2009 en Medellín circulaban alrededor de 18.00 taxis, cifra que sin duda alguna
aumenta debido a la facilidad para obtener este tipo de transporte, además del
desarrollo de la ciudad y los concesionarios instalados en la ciudad.
No
obstante, Carlos Mario no se queja del trabajo, pues según él nunca le hace
falta y puede mantener a su familia, que consta de dos hijos, Carlos Andrés, quien
tiene 15 años y está cursando noveno grado en el INEM, y “la niña de mis ojos”,
como así la define Carlos: se llama Paula, tiene 19 años y entró a estudiar
Ingeniería Civil en la Universidad Nacional.
“Ella es
una niña muy especial, cariñosa y dedicada a lo que le gusta, pero vamos a ver
cuando se termina ese tal paro, para ver si ella puede empezar”, dice Carlos
mientras muestra orgulloso una foto con sus hijos.
Es un
hombre de aproximadamente 1,75 metros de estatura, de tez trigueña, la melanina
característica de la región Caribe, de frente pronunciada pues ya las entradas
son evidentes. Además, sobresalen algunas canas, su barriga se “derrama” por
sobre el cinturón pero, como él mismo dice, “es síntoma de que estoy bien
alimentado”.
Estas
características de hombre bonachón se refuerzan con una sonrisa que lo acompaña
en todo momento, exceptuando casos en lo que “mienta la madre” por los
infinitos problemas de movilidad en la ciudad. En estos casos su expresión facial
cambia por algunos segundos, pero al final suelta una carcajada o hace un
comentario gracioso.
Carlos
Mario nació hace ya varias décadas (no quiso revelar su edad) en Barranquilla y
cuenta que se vino para Medellín hace 30 años persiguiendo un viejo amor de la
infancia o, como dice él, “mi primer amor”. Sostiene que estuvieron juntos unos
meses aquí en la ciudad, pero ella le había ocultado todo el tiempo que se
casaría con un paisa: ese fue el motivo de su viaje.
“En ese
momento yo quedé devastado, no sabía qué hacer; los primeros días estuve mal,
mal, no tenía idea de qué hacer con mi vida. Luego pensé bien y dije que debía
salir adelante, olvidar todo y hacer una nueva vida”.
“Empecé a
trabajar como mensajero, luego comerciante y hasta que conseguí el “chevetico”
mi amenaza, con él que pude salir adelante y conseguir un ranchito en el
municipio de Caldas, y allí vivo con mis dos hijos”.
“Conocí a
Paola, la mamá de los dos niños, un día que estaba trabajando. Ella necesitaba
una carrera y la recogí en el éxito de Envigado, que por favor la llevara al
centro de la ciudad; entablamos una conversación, a ella le parecí que era de
confianza y me dio el número telefónico de la casa, para que la llamará un día
y saliéramos”.
“Era alta,
delgada y muy hermosa; así seguimos hablando, nos fuimos a vivir juntos y ya en
el parto del niño, de Carlos Andrés, ella tuvo complicaciones y falleció. Nunca
nos casamos, lo estábamos planeando pero nunca concretábamos nada. Es una perdida
que aún no podemos superar”, dice con una mirada triste y vacía.
En cuanto
al trabajo, dice sentirse a gusto, no es un hombre de mucho prestigio como
soñaba serlo cuando niño, pues anhelaba ser un medico reconocido o cuando menos
un futbolista famoso y con muchos triunfos, pero esto del oficio de taxista es
lo que la vida le ha hecho hacer poco a poco pues, como bien dice “el coste” -como
también lo conocen varios colegas del gremio- “la vida la manejas o te la
manejan”. Dice esto al hacer referencia de que si bien le ha tocado duro por
las crisis amorosas, siempre trata de elegir que hacer y cómo hacer las cosas.
Los días
para Carlos acontecen con cierta monotonía, uno tras otro, ninguno de ellos se
distingue del anterior ni del siguiente, son como eslabones de una larga
cadena, hasta que de repente surte el cambio.
Las
ganancias son muy inconstantes, es decir, no siempre gana lo mismo: cuando le
va muy bien se hace $200.000 diarios, pero también está la otra cara de la
moneda y es cuando le va mal que a duras penas son $70.000 u $80.000.
“Una
carrerita al aeropuerto es una bendición de Dios, pues con eso ya casi tengo la
mitad lista, siempre trato de evitar carreras que se pasen de Bello o los
barrios y comunas calientes de Medellín”, declara “el coste”.
Para él la
seguridad y la movilidad son aspectos que se deben mejorar. “Un día cogí una
carrera más allá de Bello, se montó un pelado joven pero raro, no le podía ver
bien la cara, me hizo meter en contravía por una calle y en el carro se sentía
un olor fuerte y penetrante. Sospeché lo peor y lo hice bajar lo más pronto posible.
El joven estaba asustado, se bajó y se fue corriendo… es mejor prevenir que lamentar”,
comenta.
En cuanto a
la movilidad en la ciudad se queja de la cantidad de tacos, protesta por la
cantidad de semáforos: “En cada esquina hay un semáforo y al lado una cámara de
esas famosas foto multas. A mí no me estresa mucho eso, sino que los clientes
siempre llevan afán entonces eso como que se le pega a uno”, dice entre risas.
A Carlos
Mario es común encontrarlo en el parque de El Poblado, “ahí en Buñuelos Supremo
me encuentra casi siempre tomándome un fresquito o comiéndome una empanadita”.
Esa es una de las varias pausas que hace él para reponer energías: “Además debo
mantener esta figura redondita”.
“Para mí el
mejor momento para trabajar es en la tarde ya cuando está entrando la noche. Si
bien yo tengo el privilegio de tener el carro propio no le debo de rendir
cuentas a nadie, elijo las noches para trabajar. Por la mañana dedico a
organizar la casa y estar pendiente de los muchachos”, comenta Trujillo, que es
uno de los asiduos habitantes de las noches paisas.
Este
conductor que lleva 25 años en el oficio relata que “por las noches sale todo
tipo de gente. Putas, manilargos (refiriéndose a ladrones), asesinos, gente
normal, traficantes de droga… algún día llegará una lluvia que limpiará las
calles de esta basura”, concluye con cierto optimismo de ver un sociedad
tranquila, calmada y en paz.
0 comentarios:
Publicar un comentario