La nostalgia, otro oficio de Evangelina



Con casi 76 años, Evangelina Cano todavía labora como trabajadora doméstica en la casa de una familia de abogados. Se encarga de cuidar  dos niños de 6 y 8 años, alimentarlos, organizarlos y llevarlos al colegio. Su vida es un ejemplo de valor y esfuerzo constante.

Por Geraldín Quintero Gallego
gquinte8@eafit.edu.co



Evangelina nació en 1934 en un hogar de escasas recursos económicos. Sus padres, María Raquel Osorno y Francisco Antonio Cano, no le pudieron ofrecer un buen nivel de educación, por lo cual no pudo aspirar a otra clase de empleos. A los 10 años abandonó sus estudios para cuidar de sus pequeños hermanos, mientras sus padres laboraban.

Su aspecto no revela el paso de los años, sus arrugas pertenecen más al cansancio que a la edad. La imagen que refleja es desconcertante, no se podría llegar a imaginar la valentía quetiene con sólo verla. Es una mujer luchadora, aferrada a la vida. Nunca manifiesta ánimos de perdedora.

Su historia, pocas veces contada, se escondía tras sus íntimos recuerdos. En esta ocasión, sin embargo, se atrevió a narrarla con detalles.

Con la voz entrecortada y un poco de tristeza en su mirada, comenzó a relatar sus vivencias. Se enfocaba más en las desdichas que en los deleites. Al hablar del “viejo rancho” construido por su madre, parecía evocar un pasado inmediato como si hubiera sido ayer. No evitó limpiarse algunas lágrimas y excusarse por el hecho. Se estaba enfrentando, nuevamente, a los recuerdos que le atormentaban.

“Cuando nací, mi madretrabajaba haciendo el aseo en Fabricato y mi padre era operario de una máquina en la misma empresa. Yo fui la mayor de mis cinco hermanos, en parte me tocó criarlos a todos.Diez años más tarde, mi mamá ya no tenía el mismo empleo, ella se dedicaba a lavar ropa por encargo en una quebradita que quedaba cerca al rancho”, dijo Evangelina en un tono melancólico, mientras apoyaba suavemente su cabeza en una de sus manos.

Su casa estaba ubicada en el barrio Mesa de Bello. Según cuenta Evangelina, no tenían allí cocina, baño ni lavadero, así que se veían obligados a ir constantemente a un pequeño río próximo a su barrio, en donde recogían leña, se bañaban y aseaban sus ropas.

“Mi mamá me dejaba encerrada en la casa con mis hermanitos y nos ponía la comidita en el suelo para que no nos fuéramos a quemar. La vez que no nos la dejó ahí, me quemé todo el cuerpo tratando alcanzarla del lugar donde estaba. Mis vecinos me auxiliaron pronto y me llevaron al Hospital San Vicente de Paul. Cuando ella llegó,no me encontró en la casa y le dieron la noticia del accidente. Recuerdo que me dijo que casi se muere al enterarse de esto”, contó pesarosamente antes de dirigirse a la cocina para traer un café.

Al llegar de la cocina puso su taza de café en el suelo yprosiguió con su relato, pero esta vez dijo que no se le tomaran más fotos. “¿En qué íbamos?... ah, sí. En lo de la quemadura. Por eso es que tengo algunas partes de la piel como si fueran manchas. Ese día tuve mucho miedo de morir, pero, gracias a Dios, las quemaduras no pasaron a mayores. Años más tarde, murieron mis padres: mi papá a los 50 años y mi mamá a los 81. Cuando eso, yo ya estaba casada y creo que hasta con hijos”.

El matrimonio fue un padecimiento constante para esta mujer. Dice no haber tenido paz durante los años que tuvo vínculos con su marido. “Yo me casé, simplemente, porque estaba enamorada. La sorpresa me la llevé después. La misma noche de bodas él me dijo: ‘date cuenta, culicagada, que  te acabás de casar con un marihuanero, y te vas a tener que acostumbrar a eso’. Esos años fueron terribles para mí. Ese hombre me maltrataba, me violaba, me ultrajaba todo el tiempo. Creo que la peor decisión que tomé fue haberlo elegido como mi marido”, aseguró de un modo grotesco.

“Durante todo ese tiempo, fui yo la encargada de llevar el sustento al hogar, porque la plata que él ganaba la invertía toda en vicio y trago. Todas esas circunstancias me obligaron a separarme de él, al cabo de once años”, agregó.

Comenzó a trabajar desde que se casó con su esposo, a los 14 años. Su primera labor fue vender morcilla y fritos en Fabricato. Más tarde se dedicó a lavar y planchar ropa en distintas casas de familia. Luego, trabajó como empleada de servicios varios, empleo que hasta el día de hoy ha conservado.

Tuvo seis hijos, de los cuales ya han muerto tres de manera violenta. Dice ella que la mayoría eran delincuentes y asesinos. Actualmente vive con uno de ellos, y frecuentemente tiene contacto con los otros dos.

Por un momento se levantó de su asiento para mostrar cada rincón de su casa, y mientras lo hacía dijo estas palabras: “esta casita ha sido el fruto de tantos años de esfuerzo y humillación. Gracias a mi hijo Antonio, le pude arrebatar a mi exmarido algo que me correspondía por derecho. El terreno donde está levantada es el mismo donde mi madre hizo el viejo ranchito, sólo que ya no estamos en el primer piso, sino en el segundo”.

El sector donde viven ha cambiado con el pasar del tiempo. Está sutilmente escondido en un callejón, rodeado de arbustos, ramas y de otras residencias. La fachada está pintada de color amarillo pálido, y el interior está colmado de reliquias religiosas, almanaques, fotos y estampillas. No hay espacio en las paredes para un adorno más. La casa contiende dos habitaciones, una cocina sin revocar, una sala de estar y dos puertas que dan vista a diferentes calles.

Esta nana aún labora en su oficio habitual. Durante el tiempo que ha trabajado ha sufrido situaciones adversas, ha soportado el  hambre, las humillaciones y los desprecios. Se le ha juzgado por los actos de sus hijos y hasta se le ha injuriado por ello.

Ante estas circunstancias ella dice: “no me siento avergonzada del oficio que me ofreció la vida. No tengo porqué intimidarme con los comentarios que se me hacer acerca de mis hijos. Yo los eduqué en un hogar digno, en un ambiente sano. Ellos se corrompieron porque quisieron, no por el ejemplo que yo les haya dado. El papá hacía mucho tiempo que se había separado de mí, así que no alcanzaron a imitarlo. Yo lamenté mucho lo que les sucedió pero, al fin y al cabo, fueron ellos mismos los que se lo buscaron. Por esa razón no me siento menos que nadie. Yo no soy la única mujer que ha sufrido con sus hijos. Con respecto a mi trabajo, pienso que no es ninguna deshonra, antes bien, por él es que he conseguido lo que tengo”.

Hoy en día, Evangelina dice estar pasando por el mejor momento de su vida, ya que tiene un hogar, un hijo que la valora y la esperanza de recibir, posiblemente, una parte de la pensión de su ex esposo.

“Hablar de estas cosas me causas gran melancolía. Sin embargo, podría decir que mi vejez ha sido un poco más llevadera que el resto de mis años”, comentó.

Finalmente, se considera que una mujer muy esforzada y trabajadora. Estáagradecida con Dios, porque le ha permitido estar viva hasta este día y, de una u otra manera, la ha sustentado, la ha moldeado y le ha dado valiosas lecciones a través de la experiencia.

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